Volumen 7 / Nro. 20 / Mayo - agosto 2025 / ISSN: 2708-6305 / ISSN-L:
2708-6305 / Pág. 31 - 39
Literatura, historia e identidad ciudadana: la narrativa de Francisco
Herrera Luque
Literature,
history, and civic identity: the narrative of Francisco Herrera Luque
Juan Miguel Rossi jrossi@unimet.edu.ve https://orcid.org/0000-0003-2240-1369 Universidad Metropolitana, UNIMET, Caracas,
Venezuela |
Yaritza Cova Jaime ycova@unimet.edu.ve https://orcid.org/0000-0001-9050-439X Universidad Metropolitana, UNIMET, Caracas,
Venezuela Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Caracas, Venezuela |
https://doi.org/10.61287/warisata.v7i20.3
| Artículo recibido: 10 de diciembre 2024 | Arbitrado: 20 de enero 2025
| Aceptado: 01 de marzo 2025 | Publicado: 10 de mayo 2025
RESUMEN
Este ensayo
profundiza en la narrativa histórica de Francisco Herrera Luque,
interpretándola como una pedagogía nacionalista crítica enfocada en la
formación ciudadana venezolana. Mediante el análisis de sus novelas históricas
y ensayos. Se evidencia cómo el autor fusiona la investigación rigurosa, la
perspicacia psicológica y los recursos literarios para edificar una perspectiva
desmitificadora del pasado venezolano. La tesis central del ensayo sostiene que
la obra de Herrera Luque propone una reinterpretación de la historia oficial,
integrando la intrahistoria y la psicohistoria como instrumentos para cultivar
una conciencia crítica e incluyente de la identidad venezolana. A través de una
narrativa accesible y a la vez profunda, Herrera Luque facilita el acceso al
conocimiento histórico, brindando a los lectores una comprensión más compleja
de su nación y sus desafíos contemporáneos. Su obra, por lo tanto, se erige
como un dispositivo pedagógico singular para la construcción de una ciudadanía
informada y reflexiva.
Palabras
clave: Formación ciudadana; Identidad nacional; Historia
latinoamericana; Nacionalidad; Pedagogía social
ABSTRACT
This essay delves into the historical
narrative of Francisco Herrera Luque, interpreting it as a critical nationalist pedagogy focused on Venezuelan citizenship
formation. Through the analysis of
his historical novels and essays, it is evident
how the author
fuses rigorous research, psychological insight, and literary resources to construct a demystifying perspective of the Venezuelan
past. The essay's central thesis maintains that Herrera Luque's work proposes
a reinterpretation of official history, integrating intrahistory and psychohistory as instruments for cultivating a critical and inclusive awareness of Venezuelan identity.
Through accessible yet profound narrative, Herrera
Luque facilitates access to historical knowledge,
providing readers with a more complex understanding of their nation and its contemporary challenges. His work, therefore, stands as a unique pedagogical device for the
construction of an informed and reflective citizenry.
Keywords: Civic
education; National identity; Latin American history; Nationality, Social pedagogy
INTRODUCCIÓN
Durante el siglo
XX, la literatura venezolana desempeñó un rol fundamental en la construcción de
la identidad nacional y en la forja de una conciencia ciudadana colectiva.
Autores como Rómulo Gallegos y Arturo Uslar Pietri emplearon la novela para
narrar el país, plasmando en sus tramas mitos fundacionales y valores
compartidos; tales obras se convirtieron en referentes de la pedagogía
nacionalista de su época (Anderson, 1993; Sommer,
1993). En ese horizonte, la narrativa de Francisco Herrera Luque (1927-1991)
sobresale por una aproximación original a la historia venezolana: conjuga la
rigurosidad investigativa con recursos novelísticos a fin de desmitificar la
historiografía oficial y ofrecer al lector una visión crítica de su pasado
(Ayala, 2012). A través de novelas históricas de amplia difusión –Los amos del
valle (1979), Boves, el urogallo (1972) y La luna de Fausto (1983b)–, Herrera
Luque se propuso convertir la ficción en un dispositivo de formación ciudadana,
reexaminando las raíces de la nación y a sus personajes fundacionales desde una
óptica innovadora y profundamente pedagógica (Harringhton
& Brito, 2011; Sandoval, 2021).
El objetivo de
este ensayo es, por tanto, analizar cómo
la obra narrativa de Herrera Luque opera como una pedagogía nacionalista
alternativa en la formación del ciudadano. A lo largo del texto se incorporan
diversas fuentes académicas —estudios literarios, ensayos históricos del propio
autor y otros estudios críticos— que sustentan la discusión teórica y el
análisis. También se definen conceptos
clave (pedagogía nacionalista, novela histórica y la literatura como
herramienta de formación ciudadana) a la luz de la teoría literaria y de los
estudios sobre nacionalismo (Anderson, 1993; Sommer,
1993). Luego, se examinan las obras narrativas fundamentales de Herrera Luque
—sus principales novelas históricas y sus ensayos históricos más destacados—
entendiendo dicha producción como un corpus orientado a forjar una conciencia
histórica nacional crítica (Ayala, 2012; Straka,
2021). Asimismo, se sitúa la contribución de Herrera Luque en el panorama de la
literatura venezolana comprometida con la construcción simbólica de la nación.
Finalmente, se sintetizan los hallazgos sobre cómo la narrativa de Herrera
Luque funciona como un dispositivo pedagógico nacionalista para reflexionar
acerca de su relevancia en la historiografía y la literatura venezolana
contemporánea.
DESARROLLO
La
literatura como pedagogía nacionalista
La noción de
pedagogía nacionalista alude al uso deliberado de la educación —tanto formal
como informal— como medio para inculcar en la ciudadanía un sentido de
pertenencia nacional, valores patrios y una comprensión común de la historia y
la cultura de la nación. En las primeras décadas del siglo XX en Latinoamérica,
la novela con frecuencia cumplió una función pedagógica paralela a la de los
textos escolares, contribuyendo a imaginar comunidades nacionales cohesionadas
(Anderson, 1993). Benedict Anderson (1993) acuñó precisamente el concepto de
“comunidad imaginada” para describir cómo la nación existe en la mente de sus
miembros a través de narrativas y símbolos compartidos; en esa línea, la
literatura —y en particular la novela— ha sido un vehículo privilegiado para
narrar la nación, fijar mitos de origen y proponer modelos de ciudadanía.
Doris Sommer (1993) profundizó en la relación entre narración
literaria y proyecto nacional al introducir el concepto de “ficciones
fundacionales”. Estas ficciones fundacionales son novelas latinoamericanas
clásicas que articularon en sus tramas los dilemas de la formación de los
Estados nacionales, amalgamando romance, historia y alegoría política para
forjar un imaginario colectivo compartido.
Abundan ejemplos
tempranos de este fenómeno, en especial en Venezuela. Doña Bárbara de Rómulo
Gallegos se erigió como alegoría de la pugna entre “civilización y barbarie”,
representando la unión posible entre el llano indómito y la ley civilizada como
metáfora de la integración nacional (Gallegos, 1929). Esta novela pronto se
convirtió en un clásico didáctico: durante décadas fue lectura obligatoria en
las escuelas, consolidando en el imaginario colectivo la noción de que el país
debía conjurar sus fuerzas “bárbaras” internas para alcanzar la modernidad
civilizada (Raso, 2017). Del mismo modo, Las lanzas coloradas de Arturo Uslar
Pietri reexaminó la guerra de independencia no solo como gesta heroica sino
también como un drama humano colectivo, invitando a reflexionar sobre la
construcción de la identidad nacional a través de un conflicto fundacional
plagado de contradicciones (Uslar Pietri, 1931). Estas novelas cumplieron una
función formativa explícita: por un lado, reforzaron ciertos relatos nacionales
predominantes —el mito patriótico de la venezolanidad vinculado a la tierra y
al héroe civilizador— y, por otro, sentaron las bases para que las generaciones
posteriores releyeran críticamente esos mismos relatos a la luz de nuevas
realidades.
En este marco,
la literatura venezolana de tema histórico ha desempeñado así una doble
función: por una parte, reforzar la versión oficial de la historia patria
—configurando una suerte de novela pedagógica de la nación— y, por otra,
cuestionar o matizar ese relato mediante los recursos de la ficción. Hasta bien
entrado el siglo XX, la mayoría de las novelas históricas seguían respetando el
molde épico-heroico de la “historia oficial”. No obstante, en las últimas
décadas del siglo XX surgió en Hispanoamérica la llamada nueva novela
histórica, la cual se atrevió a transgredir abiertamente ese molde tradicional
mediante la introducción de múltiples voces, la ironía y la metatextualidad,
con el fin de poner en entredicho los relatos simplificados impuestos por los
aparatos ideológicos del Estado (Britto García, 2012; Menton,
1993;).
Esta nueva
novela histórica hispanoamericana ofrece, precisamente, una mirada novedosa
sobre el pasado. Seymour Menton (1993) señala que
este tipo de narrativa suele otorgar protagonismo a personajes históricos antes
marginados, alternar la recreación fiel de la época con reflexiones
trascendentes —por ejemplo, sobre el carácter cíclico o azaroso de la
historia—, y desplegar en el plano formal un discurso dialógico que combina lo
carnavalesco con lo trágico, incorporando múltiples perspectivas e intertextualidad.
El resultado es una narrativa que cuestiona las verdades absolutas del pasado y
se reconoce a sí misma como construcción ficcional, evidenciando los mitos
sobre los que se erige la historia oficial. En palabras de Britto García
(2012), la historia oficial impone “un puñado de leyendas simplificadoras” que
la novela histórica tradicional tendía a acatar —silenciando aquello que la
historia calla o enfatizando lo que esta exalta—, pero que la nueva novela
histórica se atreve a subvertir al presentar versiones alternativas y
actualizadas del pasado nacional.
Dentro de este
contexto teórico, la narrativa de Francisco Herrera Luque se perfila como un
ejemplo paradigmático de literatura al servicio de una pedagogía nacionalista
crítica. A diferencia de la pedagogía nacionalista tradicional —vinculada a los
textos escolares oficiales, las efemérides heroicas y los discursos patrióticos
monolíticos—, la pedagogía literaria que ejerce Herrera Luque opera desde la
ficción para formar ciudadanos conscientes de los matices de su historia
nacional. Sus novelas históricas constituyen una suerte de contradiscurso
frente al relato oficial; no niegan la idea de nación, sino que la releen de
forma desmitificadora con el fin último de fortalecer una identidad nacional
más inclusiva, informada y autocrítica (Ayala, 2012). Como señala Juan Vicente
Ayala (2012), la narrativa de Herrera Luque “desmitifica el discurso histórico
oficial”, mediante un método particular
que el propio autor denominó “historia fabulada”. Con este enfoque, Herrera
Luque reinterpreta episodios del pasado nacional para develar las condiciones
sociales y psicológicas que han moldeado la idiosincrasia del país.
Linda Hutcheon (1988) ha señalado que la novela histórica
posmoderna a menudo combina lo serio con lo lúdico, multiplica las perspectivas
e introduce autorreflexividad para poner en cuestión
las “verdades” establecidas sobre el pasado. La obra de Herrera Luque se
inscribe plenamente en esa tonalidad: el autor rehúye la hagiografía de los
próceres y, en cambio, retrata a los personajes históricos de forma humanizada
—con sus contradicciones, patologías y rutinas cotidianas—, ofreciendo así una
mirada irreverente pero esclarecedora de la historia de Venezuela (Sandoval,
2021; Lovera De Sola, 2000). Sus relatos, además, se construyen con un estilo
próximo al artículo de costumbres decimonónico (Sandoval, 2021), abundante en
sátira, etopeya (descripción de caracteres) y humor criollo; estos recursos
facilitan la conexión con el lector a la vez que vehiculizan planteamientos
críticos. En suma, Herrera Luque aprovecha la flexibilidad de la ficción
literaria para formular observaciones y análisis sobre la identidad colectiva
venezolana que difícilmente tendrían cabida en un manual tradicional de
“historia patria”.
Un concepto
crítico que ilumina la propuesta de Herrera Luque es el de la intrahistoria,
formulado por Miguel de Unamuno y retomado por la crítica contemporánea (Harringhton & Brito, 2011). La intrahistoria alude a la
vida cotidiana y anónima de la gente común que subyace a los grandes relatos
históricos oficiales. En la narrativa de Herrera Luque es notoria esta búsqueda
de la intrahistoria: sus novelas exploran las costumbres, mitos populares,
supersticiones y tensiones sociales que la historia oficial con mayúscula suele
omitir. Al narrar “desde los intersticios del discurso oficial, desde lo no
contado” (Harringhton & Brito, 2011) e incorporar
las voces de personajes subalternos, sus obras amplían la comprensión del
devenir venezolano a través de la recreación ficcional de lo cotidiano. Por
ejemplo, en Los amos del valle y Boves, el urogallo, el autor amalgama hechos
documentados con tradiciones orales y creencias populares, cuestionando la
versión establecida al revelar aspectos poco conocidos o deliberadamente
ocultos del pasado. De este modo, el lector asiste a una historia nacional más
inclusiva, donde junto a los héroes canónicos aparecen esclavos, mestizos,
brujas, caciques, monjas y otros actores normalmente relegados en la versión
oficial.
Por otra parte,
Herrera Luque aborda la historia venezolana desde una perspectiva singular
influida por su formación como psiquiatra, a la que él mismo denominó la
“psicohistoria” nacional. En Los viajeros de Indias, su primera obra
historiográfica, el autor planteó la polémica tesis de la “sobrecarga
psicopática” legada por ciertos conquistadores españoles a la sociedad
venezolana (Straka, 2021; Herrera Luque, 1961). En
esencia, proponía que muchos vicios y desequilibrios de la vida republicana
tendrían su raíz en la herencia de conquistadores violentos, crueles o
mentalmente trastornados. Dicha huella perenne de carácter psicológico operaría
casi como un destino trágico, semejante a la fatalidad en la tragedia griega
(Britto García, 2012). Más allá de factores económicos o geográficos, sostenía
Herrera Luque, son ciertos rasgos psicológicos colectivos los que explican por
qué Venezuela ha tomado determinadas decisiones históricas, con frecuencia
desacertadas (Straka, 2021).
Esta tesis
psicológica, expuesta en sus ensayos académicos, impregna también su creación
literaria. Sus novelas escenifican mediante diálogos, digresiones o
comportamientos de los personajes esa teoría de fondo (Sandoval, 2021). Por
ejemplo, los protagonistas históricos de sus ficciones suelen actuar
condicionados por sus “ascendientes biológicos” o taras heredadas,
comportándose “como personas reales”, con motivaciones psicológicas
comprensibles, más que como héroes idealizados de bronce (Sandoval, 2021). En
última instancia, toda la novelística de Herrera Luque está al servicio de
aquella tesis de la psicohistoria, si bien el aspecto más atractivo para el
lector termina siendo justamente la desmitificación de ciertos pasajes de la
historia venezolana que resulta de tal enfoque (Sandoval, 2021).
En síntesis, la
narrativa de Herrera Luque integra el rigor de la investigación histórica, la
intuición psicológica y la creatividad literaria para articular un discurso
pedagógico original. Dicho discurso procura dar sentido a la fragmentada
secuencia de acontecimientos de la historia venezolana y, al hacerlo, dotar a
los ciudadanos de una conciencia histórica más sólida y crítica (Straka, 2021; Ayala, 2012).
Análisis
de la narrativa de Francisco Herrera Luque: historia, mito y ciudadanía
Francisco
Herrera Luque irrumpió en la escena literaria venezolana en 1972 con Boves, el
urogallo, una novela histórica atípica para su época que captó de inmediato la
atención tanto del público lector como de la crítica. Si bien algunos
académicos señalaron inicialmente ciertos defectos técnicos atribuibles a su
debut en el género (Sandoval, 2021), el impacto cultural de la obra fue
innegable. Su éxito comercial fue instantáneo: según recoge el crítico Alexis
Márquez Rodríguez, entre junio de 1972 y octubre de 1973 Boves, el urogallo
agotó cinco ediciones (Márquez Rodríguez, 1991). Este hecho, asombroso para el
mercado editorial venezolano, se repetiría con las novelas posteriores de
Herrera Luque (Sandoval, 2021).
Este éxito
temprano evidenció el apetito del público por relatos históricos distintos del
discurso escolar tradicional, a la vez que confirmó la vocación de Herrera
Luque como novelista-historiador. A partir de entonces, el autor consolidó un
corpus narrativo coherente, integrado por varias novelas históricas y obras
ensayísticas, mediante el cual exploró la evolución de Venezuela desde la época
colonial hasta el siglo XX. En todas esas obras subyace una misma misión:
educar entreteniendo, ofreciendo al lector una versión alternativa de la
historia nacional —más vívida, crítica e incluyente— (Sandoval, 2021; Lovera De
Sola, 2000). Sus libros se convirtieron en superventas y lograron algo poco
común: acercar la discusión histórica al gran público, trascendiendo los
círculos especializados.
Antes de
examinar en detalle sus novelas más emblemáticas, conviene recordar que Herrera
Luque llegó a la literatura a través de la historia. De hecho, puede decirse
que primero elaboró su tesis historiográfica —plasmada en ensayos y estudios
psiquiátricos— y luego la llevó a la ficción para alcanzar a un público más
amplio.
Los amos del
valle (1979) es quizás la novela más emblemática de Herrera Luque en cuanto a
su propuesta de pedagogía nacionalista crítica. En esta obra
—significativamente subtitulada Crónica vandálica— el autor recrea la vida de
la élite caraqueña colonial, los mantuanos, abarcando desde el siglo XVI hasta
1783.
Lejos de
ensalzar a esos “amos” fundacionales, la novela traza una saga mordaz sobre la
oligarquía criolla, exhibiendo sin tapujos sus intrigas, excesos y decadencia
moral (Britto García, 2012). Como señala Ayala (2012), Herrera Luque centra la
atención en ese grupo oligárquico que controló “los latidos del joven corazón
de la nación” desde el período colonial hasta la independencia, con el
propósito de examinar cómo su mentalidad y sus prácticas moldearon el rumbo del
país. A través de un amplio elenco de personajes —tanto figuras históricas
reconocibles como seres anónimos del común— Los amos del valle exhibe las
fisuras de la sociedad colonial: el racismo de las castas, la división
jerárquica entre amos y esclavos, la corrupción administrativa, la pugna entre
los valores ilustrados y el atraso local, etc.
Entre los
recursos narrativos más llamativos de la novela destaca la incorporación de
elementos míticos y legendarios dentro del relato histórico. Por ejemplo,
Herrera Luque introduce en la trama la figura del “pez que escupe el agua”, una
enigmática criatura que habita la fuente de una casona caraqueña y que emite
presagios simbólicos sobre el destino de los mantuanos. Estas inserciones de
corte mágico-popular —inspiradas en la tradición oral caraqueña— conviven con
acontecimientos documentados, logrando un efecto de intrahistoria: la gran
historia se narra no con la voz solemne del cronista oficial, sino a través de
rumores, augurios y anécdotas cotidianas que circulan entre la gente común (Harringhton & Brito, 2011). Esta estrategia narrativa
permite visualizar la historia “desde los intersticios del discurso oficial,
desde lo no contado”, amalgamando mitos populares con hechos reales y
cuestionando la versión establecida para ofrecer una visión más inclusiva del
devenir venezolano (Harringhton & Brito, 2011).
Desde una
perspectiva pedagógica, Los amos del valle le enseña al lector que la Venezuela
colonial no fue solo escenario de gestas heroicas, sino también un espacio
marcado por profundas tensiones sociales cuya herencia se extiende hasta el
presente. De hecho, la novela concluye su cronología en 1783, pero deja
sembrada la semilla de la violencia venidera: las injusticias acumuladas
anticipan la irrupción de figuras como José Tomás Boves, el caudillo llanero
que encabezará la rebelión de los oprimidos durante la guerra (Harringhton & Brito, 2011). Así, Herrera Luque prepara
al lector para comprender la independencia no como un choque simple entre
patriotas idealistas y realistas opresores, sino también como la explosión de
resentimientos sociales larvados bajo el antiguo régimen mantuano. En suma, Los
amos del valle funciona como un manual extraoficial de historia: al
introducirnos en la intimidad de la Caracas colonial y mostrarnos “lo que no se
dice” en la historiografía patria tradicional, la novela forja en el lector una
conciencia histórica más crítica y empática hacia los actores olvidados de
nuestro pasado.
La segunda
novela de Herrera Luque, En la casa del pez que escupe el agua (1975), prolonga
la saga familiar iniciada en Los amos del valle y abarca cronológicamente desde
1875 hasta 1935. A través de la historia de una familia caraqueña, esta obra
muestra la continuidad que va desde la muerte del caudillo José Tomás Boves en
1814 hasta la muerte del dictador Juan Vicente Gómez en 1935, e incluso incluye
un epílogo situado en 1975 con la llegada de Carlos Andrés Pérez a la
presidencia. Estos tres hitos —Boves, Gómez y Pérez— evidencian una visión de
la historia articulada por Herrera Luque: plantea una continuidad de las élites
venezolanas originadas en la Colonia, las cuales siguen ejerciendo un papel
fundamental en el destino del país, incluso después de haber perdido el poder
político directo.
Ahora bien,
dicha continuidad no implica una mirada indulgente hacia esas élites, sino más
bien lo contrario. El autor retrata su lenta decadencia: muestra cómo, a medida
que pierden poder, deben adaptarse a las nuevas circunstancias, transigir con
caudillos a los que en el fondo desprecian y aprovechar los negocios donde
pueden. El retrato resultante es tan crudo como el que hiciera Rómulo
Betancourt en los años 1930 sobre la oligarquía gomecista (Straka,
2021).
Esto es notable
porque, del mismo modo que Herrera Luque no tiene reparos en describir la larga
decadencia de la aristocracia mantuana, tampoco idealiza la supuesta “edad de
oro” de la democracia instaurada en 1958. La idea decimonónica de que Boves fue
el “primer jefe de la democracia venezolana” es reinterpretada en su obra bajo
una luz negativa: ese apodo se asocia más bien con la imagen de desorden y
demagogia que caracterizaría a ciertos líderes civiles posteriores (Straka, 2021). En su obra En la casa del pez… y otras
novelas, Herrera Luque retrata con ojo crítico a personajes principales de la
historia, presentándolos con claroscuros y emparentándolos con los caudillos
populares del pasado.
Así, la visión
de la historia venezolana que plantea no resulta muy optimista: si bien el
humor criollo de muchos de sus personajes puede arrancar sonrisas al lector, en
conjunto su obra provoca aquello que se ha dicho del Quijote: “en la primera
lectura hace reír; en la segunda, hace llorar” (Straka,
2021). Este tono desencantado encierra; sin embargo, una intención
aleccionadora: desmitificar la narrativa patriótica que idealiza tanto la
independencia como la etapa democrática, mostrando que ambas estuvieron (y
siguen estando) aquejadas por vicios de origen que tienden a repetirse.
Pasando a Boves,
el urogallo (1972), encontramos un giro audaz en la manera de narrar la
independencia de Venezuela. Esta novela se centra en la figura de José Tomás
Boves, el caudillo asturiano que lideró a las feroces huestes llaneras contra
los ejércitos independentistas en 1813-1814. Hasta entonces, la historiografía
patriótica había pintado a Boves simplemente como un villano brutal —el “azote”
de los patriotas— cuyo sangriento derrotero fue un paréntesis bárbaro superado
por la gesta heroica de Bolívar. Herrera Luque, en cambio, convierte a Boves en
el protagonista de su relato, narrando los acontecimientos principalmente desde
su perspectiva y la de su círculo cercano (Britto García, 2012). Al colocar a
un antihéroe en el centro de la historia, desafía las convenciones de la novela
histórica venezolana; ahora bien, esto no significa que reivindique a Boves,
sino que lo humaniza y lo explica.
Apoyándose en su
investigación psiquiátrica, el autor perfila a Boves casi como un estudio de
caso: un hombre resentido por las humillaciones sufridas, con posibles rasgos
psicopáticos, consumido por una sed de venganza y de poder que raya en la
demencia (Sandoval, 2021; Straka, 2021). Al mismo
tiempo, muestra cómo Boves encarnó y canalizó el odio acumulado de los grupos
subalternos —llaneros, pardos, esclavos y campesinos pobres— contra la élite
mantuana independentista.
Herrera Luque
expone descarnadamente esa dimensión de “guerra social” latente dentro de la
guerra de independencia, despojando al conflicto de su aura romántica para
mostrarlo en toda su crudeza. Las matanzas y tropelías cometidas por las
huestes de Boves aparecen no solo como actos de barbarie irracional, sino
también como la sangrienta revancha de una Venezuela profunda que había sido
marginada de los beneficios de la Colonia (Harringhton
& Brito, 2011). En Boves, el urogallo, la independencia deja de ser
principalmente el drama épico de los libertadores para revelarse como la
explosión catártica —y terrible— de las masas oprimidas contra sus antiguos
amos.
La pedagogía
nacionalista que opera aquí resulta incómoda pero necesaria. Por un lado, la
novela reivindica la existencia histórica de esos sectores populares y mestizos
como parte integrante de la nación —contrastando la visión elitista que solo
ensalza a los próceres ilustrados—; pero por otro lado advierte sobre los
peligros del caos y la violencia desbordada que también forman parte de nuestro
legado. En cierta forma, Boves, el urogallo enseña al lector que la nación
venezolana nació no solo del ideal ilustrado de unos cuantos genios militares,
sino también del trauma colectivo de una guerra civil extremadamente violenta.
Al reconocer esto, Herrera Luque busca formar un ciudadano más consciente de
que la libertad y la democracia en Venezuela tienen orígenes desgarradores y
que, para consolidarlas, es preciso lidiar con esas cargas del pasado. En este
sentido, el mensaje de la novela entronca con la visión global de toda su obra:
entender las raíces de nuestros ciclos históricos de caudillismo y anarquía (ese
“Boves” que reaparece bajo distintos rostros) como paso previo para lograr
superarlos.
Finalmente, La
luna de Fausto (Herrera Luque, 1983b) representa otra faceta de la narrativa
del autor, transportándonos aún más atrás en el tiempo, a los inicios de la
conquista de Venezuela en el siglo XVI. Esta novela se centra en la figura
histórica de Felipe de Hutten (Philipp von Hutten),
uno de los aventureros alemanes enviados por la casa Welser
en busca de El Dorado en territorio venezolano, y entreteje su historia con el
célebre mito de Fausto. Herrera Luque introduce como personaje al legendario doctor
Johann Faust —surgido de la tradición germánica e
inmortalizado por Goethe—, presentándolo como un misterioso consejero capaz de
vaticinar el destino trágico de Hutten (Guzmán Toro, 2012). De este modo, La
luna de Fausto entrelaza los escenarios de la Alemania y la España
renacentistas con el mito y la violencia desatada en la gesta de la conquista
americana (Guzmán Toro, 2012).
Desde la
perspectiva de la pedagogía nacionalista, esta novela cumple la función de
develar las raíces tempranas de ciertos patrones de la historia venezolana. A
través de la epopeya de Hutten, el autor destaca la “fiebre del oro”, la
brutalidad en busca de la riqueza fácil, el choque cultural y la persistencia
de la superstición como fuerzas motrices desde los albores mismos de nuestra
historia. En efecto, la expedición de Hutten en busca de El Dorado se presenta
como una empresa tan ambiciosa como delirante, signada por la violencia y
condenada al fracaso.
El personaje de
Fausto añade una dimensión alegórica poderosa: simboliza el afán de saber y de
poder a cualquier precio (el pacto fáustico), que en el contexto de la
conquista se traduce en la locura por El Dorado. En la novela, Fausto —acaso un
espectro sobrenatural o tal vez una proyección de la imaginación de Hutten— va
pronosticando con magia y sarcasmo las crueldades y desventuras que aguardan al
conquistador alemán, cuyo destino queda sellado bajo una luna de color sangre
(Guzmán Toro, 2012).
La inclusión del
doctor Fausto —una figura de la literatura universal— dentro de un episodio
primigenio de la historia venezolana constituye una apuesta creativa que, sin
embargo, persigue un objetivo didáctico claro. Herrera Luque parece sugerirnos
que desde los albores de nuestra historia colonial se selló una suerte de pacto
diabólico: la promesa de una riqueza infinita (El Dorado) a costa de la
violencia y la deshumanización. La luna de Fausto nos enseña, entonces, que
muchos de los males endémicos de Venezuela —la ambición desmedida, la búsqueda
de atajos milagrosos hacia la riqueza, la combinación de credulidad y
brutalidad— tienen un origen remoto en la mentalidad de esos primeros
colonizadores.
En términos
pedagógicos, la novela invita a reflexionar que, al igual que Hutten terminó
traicionado y asesinado, dejando tras de sí una estela de muertes inútiles, las
búsquedas nacionales de “dorado” —sea el petróleo u otras riquezas— pueden
acarrear la pérdida del alma colectiva si no van acompañadas de cordura y
humanidad. En el plano formal, La luna de Fausto exhibe la madurez de la
“historia fabulada” de Herrera Luque: la libertad creativa es mayor (al
intercalar personajes ficticios y elementos mágicos en la crónica histórica),
pero siempre al servicio de una verosimilitud profunda. La fantasía está
supeditada a la verdad histórica esencial que el autor quiere transmitir; lo
imaginario termina por galvanizar episodios reales, haciendo que sucesos remotos
cobren un significado tangible para el lector contemporáneo.
Como señala
Sandoval (2021), ahí radica la fuerza de estas obras: el arte de construir
novelas en las que “lo contado galvaniza episodios ‘fabulados’ pero ciertos”.
En consecuencia, la lección de La luna de Fausto no se refiere únicamente al
siglo XVI, sino a la condición trágica que ha acompañado la búsqueda del
destino venezolano desde su génesis.
Cabe señalar
que, además de sus novelas, Herrera Luque publicó varios ensayos históricos que
complementan y explicitan las ideas presentes en su ficción. Ya mencionamos Los
viajeros de Indias (1961), donde expuso su tesis psicohistórica de la
“sobrecarga psicopática” heredada de la conquista. A este libro se sumaron
otros como La huella perenne (1969), en el que estudió a diversos personajes
históricos con posibles trastornos de personalidad, y Bolívar de carne y hueso
y otros ensayos (1983a), donde humaniza la figura del Libertador Simón Bolívar,
bajándolo del pedestal mítico.
En todos estos
textos ensayísticos, el autor desarrolló un discurso histórico rigurosamente
documentado pero atravesado por su afán desmitificador. Por ejemplo, en Bolívar
de carne y hueso presenta a un Bolívar humano, con defectos, contradicciones y
limitaciones, en contraste con la imagen heroica casi sacralizada que suele
promover la historia oficial. Del mismo modo, en La huella perenne y otros
ensayos, Herrera Luque analiza episodios polémicos —como la presunta enfermedad
mental de ciertos personajes importantes o la crueldad de algunos héroes
independentistas— para mostrar que la historia real fue mucho más compleja y
“humana” (en el sentido de humanamente imperfecta) de lo que se nos ha contado.
Aunque se trata de textos académicos o divulgativos y no de ficción, estas
obras comparten con sus novelas la misma intención formativa: proporcionar al
venezolano un conocimiento crítico de su pasado.
De hecho, muchas
de las controversias que suscitó la obra de Herrera Luque provinieron de
sectores reacios a que sus figuras históricas veneradas fuesen sometidas al
escrutinio crítico. Se cuenta que tras la publicación de Los amos del valle
hubo quienes tacharon al autor de “traidor de su clase” por revelar los vicios
de los mantuanos en lugar de ensalzarlos (Harringhton
& Brito, 2011). Herrera Luque replicaba que todo lo que él narraba “estaba
en los archivos”; simplemente, nadie lo había contado antes. Esta anécdota
ilustra bien la función del escritor como conciencia crítica de la nación, un
rol que él asumió plenamente.
La obra
literaria de Herrera Luque, respaldada por su investigación histórica, se
convirtió así en un dispositivo para democratizar la memoria colectiva,
sacándola del control elitista y poniéndola al alcance del ciudadano común en
toda su verdad desnuda. No es casual que, como observa Ayala (2012), Herrera
Luque intentara narrar la historia de Venezuela “desde sus comienzos hasta el
primer cuarto del siglo XX”, produciendo no solo una mirada irreverente al
registro histórico, sino también un esfuerzo por darle continuidad y sentido a
una serie de acontecimientos cuyo carácter fragmentario había influido en la
manera en que los venezolanos se relacionan con su pasado. En otras palabras,
sus novelas articulan una suerte de gran fresco nacional que va desde la
conquista hasta la modernidad, proporcionando un relato continuo allí donde
antes había vacíos y silencios. Y quizá el mensaje más contundente de ese gran
relato —como sugiere Ayala (2012)— es que, debido a la persistente distorsión o
desconocimiento de nuestro pasado real, a Venezuela se le ha dificultado
comprender su presente y proyectar con claridad su futuro.
CONCLUSIONES
La narrativa
histórica de Francisco Herrera Luque se erige como un efectivo dispositivo de
formación ciudadana bajo una pedagogía nacionalista crítica e innovadora. A
través de sus novelas y ensayos, ofreció una relectura desmitificada y compleja
de la historia venezolana del siglo XX, invitando a la ciudadanía a cuestionar
los relatos tradicionales y a comprender el pasado en su totalidad. Lejos de un
culto acrítico, su obra promueve una conciencia histórica que permite entender
el presente y afrontar el futuro con madurez, evidenciando un profundo
patriotismo enfocado en el entendimiento y la mejora de la nación.
Herrera Luque
logra este impacto pedagógico mediante una combinación de rigurosidad histórica
y recursos literarios atractivos. Sus novelas, basadas en investigación sólida,
presentan relatos vívidos y personajes memorables que democratizaron el
conocimiento histórico, llevándolo a un público amplio y generando un debate
sobre temas previamente confinados al ámbito académico. Esta capacidad de
conectar con la cultura popular contribuyó a despertar un interés por la
historia nacional y una actitud más crítica hacia los relatos oficiales,
fomentando una reevaluación de la identidad venezolana.
Si bien su
visión generó controversia y debates sobre sus licencias narrativas e
interpretaciones, estas mismas discusiones evidencian el impacto de su obra al
desafiar mitos arraigados y estimular la reflexión sobre el ser nacional desde
diversas perspectivas. En síntesis, Herrera Luque legó una narrativa que ha
formado y continúa formando generaciones de venezolanos con un conocimiento más
crítico de su historia, complementando las narrativas fundacionales al invitar
a una revisión constante del pasado para construir un presente y futuro más
sólidos. Su obra sigue siendo relevante como una invitación a aprender de la
historia para fortalecer el amor verdadero por la patria.
En fin, Herrera
Luque no busca glorificar la historia, sino problematizarla, dotando al
ciudadano de herramientas para reimaginar su nación
con mayor lucidez, responsabilidad y sentido ético.
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